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RESEÑAS SOBRE “EL LIBRO DE LOS ALFABETOS”

Estas son dos de las reseñas que se publicaron sobre El libro de los alfabetos, y que mostramos aquí en motivo de la nueva edición del poemario en LIBROS DE ALDARÁN:

RESEÑA DE EDUARDO MOGA EN QUIMERA: “EL LIBRO DE LOS ALFABETOS: CONSTRUCCIÓN Y SOLEDAD”


RESEÑA DETALLADA Y CON IMÁGENES EN EL BLOG DE MIGUEL ÁNGEL ORDOVÁS (ENLACE)

EL LIBRO DE LOS ALFABETOS

Christian T. Arjona

M. A. ORDOVÁS

La escritura capturada en el laberinto de su propia creación

W. H. Auden decía en algún momento de La mano del teñidor lo siguiente: “todo crítico consciente que alguna vez ha tenido que reseñar un libro de poesía en un espacio limitado sabe que lo único apropiado sería presentar una serie de citas no comentadas, pero este procedimiento no tardaría en hacerle oír las quejas del editor”. Es decir, citar directamente el poema como única posibilidad de decir algo sobre el poema.

Esa opinión de Auden me viene muchas veces a la cabeza cuando escribo reseñas de poesía, y me parece que también viene a cuento al hablar de El libro de los alfabetos, de Christian T. Arjona. Porque en él, es la propia escritura la que va haciéndose a sí misma, comentando su propia encarnación sobre el papel y construyendo un texto que se refiere a la construcción de un texto.

Los franceses llaman a esto mise en abyme, un término que en sí mismo ya avisa de cierto sentimiento de vértigo, como el que aparece cuando alguien se asoma al abismo que se abre al ser consciente de su propia existencia. En español este procedimiento se ha traducido literalmente como puesta en abismo o estructura en abismo, pero también caben otras propuestas, como las más metafóricas de caja china o muñecas rusas, o las más científicas como fractalidad o autorreferencialidad.

Este es un ejemplo muy conocido de autorreferencialidad: las manos de Escher que se dibujan a sí mismas. Christian T. Arjona mostró esta imagen en la presentación de su libro en Zaragoza.

Así, El libro de los alfabetos se construye a través de estructuras autorrefentes que se van repitiendo una y otra vez a través de los seis capítulos que lo componen, con una estructura caleidoscópica que alberga dentro de sí más dimensiones de lo que aparenta a primera vista, como la TARDIS del Doctor Who que es más grande por dentro que por fuera. En este caso, solo hay que girar o manipular el libro (o, por mejor decir, leerlo) para entrar en una geometría paradójica que se multiplica y se hace más compleja. En el propio libro se menciona esa multiplicación geométrica al equipararlo con un hexaedro, o mejor mejor aún, con un tetrahexaedro con sus 24 caras.

Un tetrahexaedro es un hexaedro al que se le añade una pirámide en cada una de sus seis caras, lo que da lugar a una figura de 24 caras.

Precisamente 24 son los fragmentos que componen cada capítulo del libro, cada uno dedicado, o bajo la advocación laica, de un autor: Espinoza, Miguel de Molinos, Dostoievski, Nietzsche, Ezra Pound y James Joyce. Cabría preguntarse si la estructura recurrente y repetitiva del libro significa que los autores se identifiquen o lleguen a confundirse. ¿Son intercambiables unos con otros? ¿Cuál es su nexo de unión?

Espinoza, Miguel de Molinos y Nietzsche son tres de los autores que aparecen en El libro de los alfabetos.

En griego, λóγος significaba tanto palabra como conocimiento. Y precisamente estas seis personas fueron autores que se enfrentaron con el logos, jugándose el todo por el todo en ese enfrentamiento. De hecho, en cada capítulo se va dosificando el periplo de los seis protagonistas por el filo hasta llegar a su Non serviam, a proclamar su visión heterodoxa, independiente y rompedora ante ese logos. No es una tarea fácil –de hecho, todos de algún modo terminaron de forma trágica–, pero nadie dijo que lo fuera. En todo caso, resulta significativo que de la dificultad del lenguaje surja la creación. En este sentido, Christian T. Arjona está en lo opuesto de ciertas escuelas que preconizan la imposibilidad de la comunicación y otras tonterías por el estilo (como puede apreciarse, yo no soy muy amigo de dichas teorizaciones; siempre ha pensado que si hay cosas de las que no se puede hablar, mejor cerrar la boca que proclamar que nada puede decirse).

Dostoievski, Pound y Joyce: los otros tres protagonistas del libro.

Pero los seis autores protagonistas de cada capítulo no son los únicos que aparecen en el libro. Algunos lo hacen explícitamente, como los autores (estos sí, todos poetas) que abren y cierran con sus citas cada capítulo: Propercio, Eliot, Wordsworth, Villon, Dante y Shakespeare. Nombres que en cierto modo son complementarios con los otros, y que además propician la convocatoria de otras lenguas, ya que sus citas aparecen en su idioma original. Y también cabe adivinar otros autores que aunque no se nombren están presentes. Un libro que habla de libros, de espejos, de reflexiones y de infinitas repeticiones tiene que recordar por fuerza a Borges; y otro inmenso poeta tiene su sitio en la contraportada, cuando se explica que este es “un libro espiral, un poema en helicoide, caracol nocturno en un rectángulo de agua“. Estas últimas palabras eran la conocida definición que daba de la poesía el cubano José Lezama Lima.

Los 24 fragmentos de cada capítulo se ordenan por letras o grafías de diversos alfabetos: hebreo, tibetano, cirílico, griego, chino y rúnico (significativamente, no aparece el latino). De un capítulo a otro van repitiéndose temas, como leitmotivs, sobre la escritura, los autores mencionados o el mero hecho físico de las letras. El lenguaje tiene un marcado tono conceptual, pero el autor también introduce imágenes sensoriales y deja entrar en sus textos a la naturaleza en forma de paisaje, quizá como recuerdo de aquella añeja idea de que la naturaleza es un libro que hay que leer o descifrar. Pongo como mínimo ejemplo los seis fragmentos 17 del libro, agrupados:

  • Como se siguen uno a otro los anillos de ondas en el lago, alrededor de la piedra caída en el centro.
  • Como una gota de tinta se diluye en el agua negra del tintero.
  • Como una historia dentro de otra historia, como una muñeca rusa dentro de otra muñeca rusa.
  • Como vibran consonantes las cuerdas de la cítara.
  • Como los mimbres se entrelazan en cestos, que se entrelazan en redes, que se entrelazan en peces.
  • Como las colas de las grandes iniciales del Libro de Kells pasan a través del aro de las oes y las des.

De esta forma, el conjunto admite múltiples lecturas, lineales o salteadas, y un epílogo final da algunas pistas para ello con la historia en forma de relato (de misterio o quizá de terror) del Dr. Giovanni del Nulla, a quien se le encomienda que desentrañe el manuscrito que contiene El libro de los alfabetos y cuando lo hace por fin, desaparece.

Sea como sea, quien se atreva a explorar las facetas caleidoscópicas de este libro encontrará un espejo que ha capturado la mirada de la escritura contemplándose crecer desde su mismo centro, como las ondas concéntricas que una piedra arrojada produce en un lago.