Queridos/as lectores/as:
Transcribimos aqui la extensa y profunda presentación y reseña sobre Zonas de exclusión, de Moisés Galindo, que José Antonio Jiménez compartió en la presentación del libro en el Espai Betulia, de Badalona, el 6 de marzo de 2021.
ZONAS DE EXCLUSIÓN O LA POÉTICA DE LA DESAPARICIÓN
JOSÉ ANTONIO JIMÉNEZ
Sobre Zonas de exclusión, lo primero que se puede decir es que se trata de un libro perfectamente diseñado para su entendimiento mediante unas citas sabiamente seleccionadas y colocadas al principio del libro y de cada una de las 3 partes que lo componen, un prólogo escrito por el autor y unas notas finales (acompañadas de algunas fotografías) que aclaran los títulos de los poemas de la última parte. Con toda esta información, el lector ya tiene un conocimiento cabal de las causas y los propósitos que han guiado a Moisés Galindo a escribir este libro. Yo intentaré dar algunas pistas sobre el pensamiento poético del autor y sobre cómo se activan la palabra poética y su poder de seducción en estos poemas.
Moisés Galindo, desde 2015, en que aparece Las formas de la nada, ha ido montando lo que podríamos llamar una poética de la desaparición o, como ha dicho el propio Moisés, una revisión del concepto de la muerte, que supone también una revisión del concepto de la vida. Dentro de esta poética, el tema del desastre medioambiental tiene un peso específico notable. Ese fue el asunto central de su segundo libro, Aral (2016), en torno a la desertización del Mar de Aral provocada por el desvío de las aguas de los ríos que lo abastecían para regar cultivos de algodón. Pues bien, este tema, junto a otros gravísimos desvaríos de la civilización a la que pertenecemos, tiene su continuación y su broche en Zonas de exclusión.
Las dos primeras secciones del libro, tituladas “La aldea confinada” y “Todos los ríos son sagrados”, suponen, además, la aplicación de esa poética de la desaparición a determinados aspectos de la actualidad, a la pandemia, por ejemplo, y a algún suceso particular de la vida del poeta. En la última sección, que da nombre al poemario en su conjunto, el autor indaga en la casuística y el significado de dos tipos de espacios geográficos que funcionan a la vez como ejemplos específicos de esa subversión de la civilización y como parte de la solución. Por un lado, una serie de lugares que han sido arrasados por el hombre y donde la vida (para utilizar una palabra cara al poeta) ha sido clausurada, y por otra, lugares intactos a la huella humana que el autor considera sagrados porque son una especie de reserva espiritual, y suponen una vía de esperanza ya que se trata, como dice Moisés en el prólogo, de espacios “rodeados de un aura de cierta pureza, paraísos posibles donde la vida -en palabras de Mircea Eliade- está saturada de ser”.
En general, se trata de poemas breves o muy breves, y frente a los de la tercera parte, los que componen las dos primeras, carecen de puntuación y de mayúsculas. Voy a leer el primero para que pueda verse cómo funciona también en relación a la actualidad pandémica, pero manteniendo una ambigüedad que no limita su significado. Claro, el tema del coronavirus, con las mascarillas, con el ataque al sistema respiratorio, con las distancias, adquiere una importancia simbólica notable, porque todos estos efectos chocan de lleno con la poética panteista de la desaparición de Moisés, uno de cuyos pilares es, precisamente, como veremos, la respiración. Además, son muchas las opiniones científicas de que la aparición de este coronavirus y de los que puedan venir, se debe a esa escisión del hombre con la naturaleza de la que nos habla este libro.] El poema, muy breve, contiene los suficientes elementos para plantear toda la dimensión de la tragedia y para disparar una alerta que se mantendrá durante todo el libro.
Se titula PREÁMBULO:
como una pesadilla
toda la aldea clausurada
este seísmo en la colmena
la rueda que colapsa
y ya no gira
El mundo simbólico del autor está fundado en un mensaje central que puede resumirse en estas palabras: más allá de la desaparición, el ser permanece en el tiempo transustanciado en formas inconcretas e invisibles, disueltas en el aire, en la luz, y que vuelven a nosotros, en una especie de renovación constante, a través de la respiración -que es instinto de vida- y de la mirada -que es instinto de conocimiento-. Estas formas pueden reconocerse mediante dos capacidades netamente humanas: el amor y la belleza. Porque la visión del mundo de Moisés Galindo, forjada en un humanismo contemporáneo con muchas dosis de filosofía oriental, se sustenta en la comunión y la solidaridad con todas las formas de vida que pueblan nuestra existencia y que se sienten hostigadas constantemente en un mundo envilecido por la codicia y la perversidad del hombre. Un hombre que gestiona la muerte y el sufrimiento como hechos intrascendentes dentro de la cadena de producción que garantiza su bienestar y su dominio, y que, en unas cuantas décadas, ha sido capaz de arrasar una naturaleza que, paradójicamente, necesita para su supervivencia.
La cita de Lévi-Strauss que el autor pone al frente de la tercera parte de este libro nos da una idea bastante precisa de la visión del mundo de la que parte esta poesía:
[…] el paraíso, ilustrado por una tierna intimidad entre las plantas, los animales y los hombres, lleva a la edad en que el universo de los seres aún no había consumado su escisión.
A explicarnos, con la riqueza experiencial con que lo hace la poesía, en qué consiste esa escisión y cómo puede restaurarse, dedica el autor buena parte de la energía de este libro.
Hay un poema en la segunda sección, en el que formula explícitamente su visión del mundo y la función que tiene para él la poesía. Se titula precisamente “Misión”:
presientes todo el dolor del mundo
los verdaderos límites del hombre
soportar el sufrimiento y la belleza
de los seres su sombría inocencia
luchar interponerse en lo que hiere
saturarte de amor al consagrarlos
Se trata, como vamos viendo, de fragmentos de pensamiento en libertad. La ausencia de puntuación es un rasgo que inaugura en su libro anterior, Antes de que la nada prevalezca, con el que enlaza directamente este. Cada poema fluye sin pausas, a veces con alguna línea de silencio en medio, y responde a un pequeño e intenso corpus semántico que viene marcado por un título y conducido por fulguraciones de la intuición poética y del pensamiento crítico. Impulsos que se traducen en emoción, alerta, misterio o denuncia y que cargan y renuevan el mundo simbólico del autor.
En este poema vemos ya algunos de los rasgos más característicos de la escritura de Moisés Galindo. Por una parte, la asociación de términos aparentemente contradictorios: belleza, que sugiere placer, viene, paradójicamente, como complemento del verbo soportar y al lado del sustantivo sufrimiento; inocencia, que suele identificarse con transparencia, asociada al adjetivo sombría. Lo que consigue con estas asociaciones es conmocionar el entendimiento del lector, arrastrarlo al terreno de la precipitación semántica imprevisible. No es que sea una característica exclusiva de la poesía de Moisés Galindo: de hecho, el tumulto semántico es la esencia de la imagen poética, pero en esta poesía adquiere rango estructural, porque muchos de los poemas se sustentan en esa sorprendente convivencia de contrarios o, si no son exactamente contrarios, sí términos cuyo significado contrasta notablemente y que, con esa dinámica, nos van ofreciendo la imagen del mundo, compleja y porosa, del autor.
Por ejemplo, podemos intuir lo que significa la belleza para el poeta, no porque la describa, sino por las palabras que gravitan a su alrededor. Así, encontrábamos en el poema anterior, el sufrimiento y la belleza, y en otros lugares del libro, la belleza y los límites, o bien, la austeridad y la belleza, o la belleza y el misterio, o el vacío y la belleza. Y advertimos que el término belleza no tiene demasiado que ver con la forma sino más bien con algunos conceptos abstractos y con determinados valores morales. Para ser más exacto: con la forma en que se amontonan en nosotros, en nuestras emociones y en nuestra conciencia, la complejidad y las contradicciones de la vida, y sobre todo, con el hecho definitivo de que la existencia es frágil y perecedera y, por lo tanto, sagrada.
Por poner otro ejemplo particularmente significativo: la nada y el vacío pueden funcionar con su sentido literal de negación radical de la materia, pero por lo general, se trata de lugares de renovación de la vida. Encontramos expresiones como vacías densidades, el horizonte de la nada, los bordes de la nada, un vacío que respira o, en el poema EXPERIMENTAR, una gravedad, un centro que se encarna en el vacío.
Lo que hay que destacar es que la nada de Moisés Galindo, no suele ser la negación absoluta, porque en ella -y también en el vacío- podemos encontrar el humus o una gravedad encarnada, o algo que respira, es decir, se trata de una nada que puede estar saturada de ser. En todo caso, lo material y el vacío, la vida y la nada, se conjugan sutilmente en esta poesía y es ahí donde tiene lugar un nivel de conciencia que supera la de la experiencia ordinaria y que lo aproxima a la experiencia mística. Hay, sin embargo, una diferencia notable: en la experiencia que nos propone la poesía de Moisés Galindo, se puede alcanzar una forma de plenitud, pero nada que se parezca al éxtasis místico. Lo vemos en el poema CATARSIS, en donde el abismo tiene una función equivalente a la nada.
en cada palabra cada acorde
respirar las heridas de la sangre
toda la luz toda la oscuridad
de serlo todo y no ser nada
la totalidad del tiempo contenido
en su vacío de presencia constante
sentirse vivir en plenitud
deambular sin miedo en el abismo
Hay, por otra parte, como ha visto muy bien José Antonio Arcediano, una apariencia de monotonía en esta poesía. Arcediano se refiere a Naturalezas muertas (2020) pero es un rasgo general de la poesía de Moisés Galindo. Dice Arcediano que “tiene cierto carácter obsesivo, un gusto refinado por la reiteración, por la recreación continua del mismo escenario […] pero que, a cada toma, en un extraordinario y sutil despliegue de creatividad, añade un elemento nuevo que dota aún de mayor sentido al artefacto poético”. Y es así, las palabras que pueblan su mundo simbólico (presencia, respiración, aire, exclusión, dolor, sangre, luz, ser, vacío, tiempo, lo invisible, belleza, lo sagrado, muerte, vida, frontera, límites, misterio, etc.) todas estas palabras, van cayendo como una lluvia fina, lenta, repetitiva, que tiene algo de hipnótico y que va calando en nosotros con pequeñas variaciones y brillos sucesivos, hasta convertirse en parte de nuestra experiencia.
En las dos primeras secciones del libro estamos, además, ante una poesía que desea, si no librarse de la musicalidad, sí apagarla. Decía el poeta mexicano José Gorostiza que la poesía de los jóvenes no quiere que la música se apodere de ella y la esclavice, y se refugia en una especie de balbuceo vagamente rítmico. “Tal parece -cito literalmente- como si en el esplendor de las formas cristalizadas, el poeta se sintiera rodeado de una fragancia excesiva que le impidiese respirar a pleno pulmón.” [Gorostiza lo decía en 1939 con un contenido sentido peyorativo sobre los jóvenes poetas de entonces, porque su poesía, profunda de pensamiento, tiene también mucho de construcción gongorina, pero describe muy bien el tipo de poesía que hace Moisés Galindo y pone el acento en la respiración, algo fundamental en la escritura de nuestro poeta.] En la música entrecortada, balbuciente, tímida de muchos de los poemas de Moisés Galindo, veo yo como una tendencia hacia la disolución de la forma. Es decir, no hacia su desaparición, porque la forma no puede desaparecer, pero sí hacia su discreción, hacia su invisibilidad,. En consonancia con su poética de la desaparición, estos poemas, más que oírse, se respiran.
La segunda parte la dedica el autor, entre otras cuestiones comunes a todo el libro, a desarrollar el sentido de lo sagrado. El título, Todos los ríos son sagrados, es ya muy significativo porque, por un lado, el río simboliza la fuerza creadora de la naturaleza, y por otra, el transcurso irreversible del tiempo. Lo que viene a decirnos Moisés, resumiendo muchísimo, es que la vida es sagrada en todas sus manifestaciones.
Los poemas son reflexiones o ampliaciones de esa poética de la desaparición o poemas de denuncia por la acción irresponsable del hombre, pero a veces, también por nuestra pasividad ante lo evidente, como en un poema que habla de animales hacinados en transportes, que termina diciendo:
sin mirarlos me voy
como yonqui de la nada
Hay también poemas esperanzados, como el titulado AÚN, que cierra la primera parte, en el que leemos: Aún es posible/ transitar siendo un huésped/ sentir como la sangre fructifica/ en un mudo tan frágil […] /Aún es posible respirar/ adentrarse en las raíces del aire. O el que se titula EL EFECTO INVERNADERO, en la segunda parte, que dice: Ni la fisura del vértice polar/ o la fusión del permafrost/ /ni al liberar los sumideros de carbono// ni la inquietante alteración de la materia/ que enloquece océanos y tierra// todo en vano// imposible desarbolar la vida.
Este último verso anticipa lo que va a ser la tercera sección del libro, que se aparta de la línea general de su poesía para describir la épica de supervivencia de la naturaleza, su instinto de crecimiento orgánico incesante en esos lugares que el autor ha llamado “zonas de exclusión”. Aquí, frente a las dos primeras partes del libro, los textos se ciñen a lugares y hechos concretos y son necesariamente descriptivos. Son textos plenos de acción, de exuberancia de la naturaleza, diríamos, incluso, de aventura, y el autor vuelve a la puntuación tradicional porque necesita de una articulación gramatical que le permita avanzar en la narración con algún orden. En consonancia con este dinamismo, encontramos también un nivel rítmico, más marcado que en el resto del libro, que se apoya con frecuencia en el endecasílabo, como podemos ver en el poema -que leo a modo de ejemplo- SENDA DE LA ESTAMPIDA, que habla de una historia real, novelada por John Krakauer y llevada al cine por Sean Penn en la película Hacia rutas salvajes.
Rumbo al abismo, en el Norte salvaje,
un antiguo autobús abandonado
atesora el enigma de una vida.
A los pies del Denali, a salvo
de la usura de los hombres, expira
un pulso que desafía la impureza.
La forma elemental de la existencia
se encarna en esa última frontera.
Bosques, ríos y tundra son sagrados.
“Hay que ser un bárbaro irracional -decía Astrov, el médico de Tío Vania refiriéndose a los bosques- para quemar esa belleza en la estufa, para destruir lo que no podemos crear. El hombre ha sido dotado de razón y de facultad creadora para incrementar lo que le ha sido dado, pero hasta ahora, no viene creando, sino destruyendo”.
Moisés Galindo, y con esto termino, después de llegar a la conclusión de que el mundo con su dolor y su belleza, todo lo que palpita a nuestro alrededor, es la única verdad que tenemos y que, por lo tanto, hemos de respetar su vitalidad y reconciliarnos con él, ha asumido la tarea, como reclamaba Saint-John Perse del poeta, de ser la mala conciencia de su tiempo, y ha afrontado este tema, clara y necesariamente político, desde la poesía y con la poesía por delante, algo sumamente complicado. Lo que resulta de su trabajo es ese gesto de ternura y de intimidad con todo lo viviente del que habla Lévi-Strauss y que a mí me recuerda mucho, aunque sin aquel aire de melancolía del que se está despidiendo de la vida, los últimos poemas del más lírico de los poetas rusos, Sergei Esenin, que en un poema que es también una canción muy popular en Rusia, termina diciendo: que sea bendito eternamente todo lo que vino para florecer y morir.